miércoles, 4 de febrero de 2015

De lo real a lo mágico

Por Alejandro Alminco Ayala | @Nobelalmerth
Después de leer Cien años de soledad, lo primero que pensé fue qué hubiera sido del mundo sin la literatura y qué hubiera sido de América Latina sin Cien años de soledad. ¿Se hubiera acaso inventado otra manera de darle relevancia a la literatura latinoamericana? Con esto no quiero desmerecer las obras literarias que se han escrito antes de Cien años de soledad como son: “Caballo en el Salitral”, de Antonio Di Benedetto; “Operación masacre”, de Rodolfo Walsh; “On Oloop”, de Juan Filloy; “El jardín de los senderos que se bifurcan”, de Borges; “Viaje a la semilla”, de Alejo Carpentier; “El señor presidente”, de Miguel Ángel Asturias; “El túnel”, de Ernesto Sábato; “La muerte de Artemio Cruz”, de Carlos Fuentes; entre otros autores que publicaron antes de la obra cumbre de Gabriel García Márquez; y que ya desde entonces el florecimiento de la literatura de nuestro continente empezaba a tomar relevancia con sus propias voces, que luego fue afirmado con la publicación de Cien años de soledad  en 1967.
La experiencia que viví al leer Cien años de soledad  fue única e incomparable que me macondizó conforme iba sumergiéndome en la magia de esta historia e iba borrando lo real con lo mágico. Ya antes de leer esta obra imaginaba a Gabriel García Márquez hace 48 años atrás, sentado en su escritorio  dando forma y vida a sus cientos de personajes que luego serían protagonistas de esta historia que inicia con la fundación de Macondo en una valle pantanoso por José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán junto a una treintena de personas; y culmina con la desaparición de Macondo y el último Aureliano de la estirpe de los Buendía luego de cien años.
Me quedé adherido con el libro, sin importar sueño o hambre que me pudieran alejar de la lectura, y dentro de ella me imaginaba ver a Remedios, la bella ascender al cielo en cuerpo y alma mientras tendía una sábana en el jardín de la casa; fui invisible junto a José Arcadio Buendía en la habitación de Melquíades; observé la increíble reproducción de los animales de Petra Cotes; fui habitante en la casona de Macondo que acoge a la familia de los Buendía desde el inicio hasta al final de los cien años; caminé por el corredor de la Begonias donde Rebeca y Amaranta purifican sus rencores; visité en su triste laboratorio al coronel Aureliano Buendía, quien vive preso en el círculo vicioso de convertir monedas de oro en pescaditos de oro; y oía tratando de entender las palabras en latín que pronunciaba el patriarca José Arcadio desde el castano al que está amarrado víctima de una lúcida locura.
Pedro Luis Barcia, manifiesta sobre el curso de la historia de Cien años de soledad, que “…la peste del insomnio de la ficción se desborda sobre la realidad y le alcanza al lector, quien ya no podrá dormir hasta tanto no llegue a la página final de esta ficción, por lo que ha caminado en medio de un sueño lúcido”. Un sueño lúcido que tuve la oportunidad de vivir el último día que me senté a leer el libro hasta altas horas de la madrugada sin ganas de conciliar el sueño.

Es así entonces que si queremos seguir comentando sobre Cien años de soledad, ésta página no tendría final, ya que luego de más de cuatro décadas de su publicación aún se siguen realizando estudios sobre esta importante obra. Antes de interrumpir este texto me quedo con esta frase de Gabo; “El mundo habrá acabado de joderse el día en que los hombres viajen en primera clase y la literatura en el vagón de carga”.
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