domingo, 19 de abril de 2015

Entre el Optimismo y el Pesimismo Antropológico


Por Alejandro Alminco Ayala

Ciudad Universitaria de Huánuco, domingo 19 de abril 2015

Escribo estas líneas con la finalidad de exponer a mis amigos, compañeros de estudios y trabajo, compañeros de sueños por un Perú mejor los motivos que me llevaron a formar parte de un partido político de alcance nacional de manera activa. Y quiero empezar reconociendo que tres años atrás estuve en busca de un espacio que me permitiera tener identidad y formación para hacer política más allá de las aulas universitarias. Preciso que, mi condición de periodista no me impide ejercer plenamente mi condición de ciudadano y ser un activista de las causas justas y a agitar enérgicamente las banderas contra el conformismo y la resignación de que esto no lo cambia nadie como lo hago desde que fui elegido Alcalde Escolar en mi natal Puerto Inca hasta el momento. Y es que ser un ciudadano es la esencia que nos despierta del aletargamiento a la que nos conduce este sistema injusto y desigual y lleva muchas veces a indignarnos al ver la hipocresía de nuestros líderes ya de derecha o de izquierda.
Hay quienes sostienen que en los partidos políticos todo ya está perdido y que nada se puede hacer; pero es necesario tener en cuenta que en democracia los cambios solo son posibles desde los partidos, y si los actuales nos parecen reprochables, entonces debemos hacer algo por cambiarlos. Alguien puede elegir ser anti sistema, pero ya sabemos cómo ejerce el poder el último que nos aleccionó con ese discurso.
Desde el 2012 he tenido la oportunidad de trabajar en la construcción de una alternativa de confluencia política progresista en la región; en las últimas elecciones nos hemos medido con los candidatos financiados por las mafias del dinero y nos han ganado solo por su mayor poder de fuego económico; pero en el proceso he trabajado codo a codo, con personas de distinta filiación política y ciudadana, pero todos con el objetivo común de poner el Poder, el Estado y su Presupuesto Público al servicio del pueblo, de los ciudadanos. Fue así como conocí un núcleo aprista dialogante que me abrió las puertas a pesar de mis críticas e interpelaciones con el APRA, y los encontré preocupados por la renovación del movimiento que hace 90 años fundó un joven estudiante de 25 años, Víctor Raúl Haya de la Torre, y que por el silencio o ausencia política de sus dirigentes locales parecía condenado a la marginalidad o la irrelevancia. Cuando llegué a ese núcleo encontré no solo a gente del APRA, sino que reunía a personas que habían participado en otras agrupaciones políticas en las que les habían negado oportunidades de participación, algunos eran también independientes como yo hasta ese entonces. Lo importante era que ese espacio plural nos permitía crecer políticamente y teníamos la libertad de verter una opinión y nuestros puntos de vista eran tomados en cuenta.
Soy un joven de la Amazonía, formado en la educación pública, y cuando hablo de la pobreza, de la desnutrición, la mortalidad, el abandono NO lo hago desde la teoría aprendida en los libros o en la Universidad; yo vengo de esa realidad y lo he vivido en carne propia de manera directa, por eso creo que el grito de reclamo de atención y solución a esos problemas no pueden esperar una acción violenta - ya sabemos a dónde conduce la violencia y a quienes perjudica: a los más pobres, a los más humildes;  fueron ellos quienes padecieron la violencia política de los años 1980 - 2000.
Ahora, con 26 años, formo parte de una generación que vio terminar el siglo XX e iniciar el siglo XXI y elijo no heredar los odios y rencores del pasado. Toda mi formación como ciudadano se lo debo a mi madre y abuelos en la selva, en mi querido Puerto Súngaro; también a mis queridos profesores del colegio público y de la universidad y a las buenas amistades con quienes aprendí a bordar juntos nuestros mejores sueños de futuro. Me considero un ciudadano con plena conciencia de ello, de mis derechos sociales, económicos, culturales y políticos.
Me considero un joven de izquierda, y la universidad me ha permitido conocer de manera cercana cómo funcionan las organizaciones que dicen ser de izquierda en el discurso y otra muy distinta es su práctica; ya los hemos visto de revolucionarios en la universidad y luego en distritos, provincias haciendo campaña por cualquier candidato sólo por dinero;busqué participar de las agrupaciones políticas de izquierda, pensando que por la compatibilidad de espíritu e ideas sería lo natural, pero la realidad fue otra y descubrí que a los jóvenes solo nos usaban como carne de cañón para sus marchas sindicalistas, y  en muchos casos no se daban los espacios de diálogo y reflexión de ideas, había que recitar los dichos y hechos de Marx o de otro ícono de izquierda. Anclados en la melancolía del pasado no les interesaba abrir las puertas a los jóvenes y a gente independiente. Entonces me pregunte ¿qué puedo, qué debo hacer para que mi formación esté al servicio de las ideas que le dan sentido a mi vida? Y de esta manera trabajar a favor de la tierra que me vio crecer. Ahora que ya termino la universidad ¿estoy condenado a vivir de la nostalgia, que alguna vez quise el cambio, la transformación de esas injustas condiciones de vida que conocí en mi pueblo?
Siempre defendí la idea de fortalecer los partidos políticos, para hacer más eficiente nuestra democracia, para hacer efectiva la fiscalización y el control democrático de cómo se ejerce el Poder y para quienes. Sin embargo,en los últimos tiempos los partidos políticos han perdido credibilidad y atraviesan una etapa de crisis de representatividad; los ciudadanos los percibimos lejos, distantes de los intereses populares y muchos  líderes y activistas actúan como si el partido fuera una extensión de sus bienes privados, y han olvidado que debería ser un espacio para el debate de ideas y propuestas, donde se practica la democracia, se promueve la renovación de sus dirigentes según lo estipule sus respectivos estatutos. Los especialistas sostienen que de 10 personas solo uno cree en los partidos políticos.
Sueño, como tantos jóvenes de mi generación, en ser parte activa de una alternativa de solución; en la universidad fue suficiente ser parte de un movimiento estudiantil; ahora el reto es la región, el país y debo elegir entre las opciones realmente existentes a nivel nacional: el FUJIMORISMO, PPK y el APRA.
¿Por qué elegir pertenecer a un partido político? Cito al joven historiador Luis Zaldívar: “Pertenecer a un partido político te da la experiencia de conocer la política real y no la farándula que crea la prensa para vender anuncios. La política es mucho más rica e interesante que los escándalos que llegan a la televisión, allí aprendes que hay que luchar por el mundo en el que vivimos, no por causas etéreas que al final sólo revisten de utopía lo que en verdad es individualismo e indiferencia con los problemas de los otros”.
Sólo tengo palabras de gratitud para todos quienes han contribuido en mi formación, para quienes me han ayudado a mantener vivo el fuego de la esperanza de que un mundo mejor es posible; por mi origen amazónico, rural y popular siempre fue natural inclinarme por defender los intereses del pueblo; y ahora ya joven adulto elijo hacer política desde el partido del Pueblo.

domingo, 5 de abril de 2015

A “Chinto”, por esos momentos imborrables

Por Alejandro Alminco Ayala | @Nobelalmerth
En memoria de Rómulo Palacín Pérez, mi gran amigo, promoción de aula, con quien libramos tantas aventuras desde niños; y que ahora descansa en paz.
Oliver Sacks, científico inglés, escribió en una oportunidad lo siguiente: “Cuando la gente muere, no puede ser reemplazada. Dejan agujeros que no pueden ser llenadas, pues es el destino de cada persona el ser un individuo único, encontrar su propio camino, vivir su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte”.
Las líneas que aquí escribo tal vez no serán suficientes para rendir homenaje a un amigo con quien compartimos sueños, victorias, desavenencias de la vida, y tantos momentos grandes y pequeños que tienen la misma magnitud y el mismo peso del recuerdo. Homenaje que tal vez debí hacer aquel día cuando tuvo que partir en contra de su propia voluntad de este mundo, luego de haber decidido seguir el camino de los que se comprometen por devolvernos la paz, de los que toman las armas para promover la no violencia y luchar contra aquellos que representan un riesgo para nuestra integridad; ese camino decidió Chinto, y eso siempre le caracterizó desde muy niño, yo lo recuerdo muy bien. E insisto, que estas cortas palabras no bastarán para hablar de un gran soñador, que convirtió su existencia en la historia de una corta vida, pero trataré de describir los momentos más resaltantes que vivimos aquellos años que nos tocó enfrentarnos a las carpetas, libros e intensas jornadas de estudio en la primaria y gran parte de la secundaria, allá en esa tierra tan lejana que es Puerto Súngaro.
La noche que nos conocimos tal vez no fue lo más adecuado, y siempre recuerdo ese episodio cuando los niños de ese entonces solíamos jugar la “peguita” en el único muro que está en la entrada de Puerto Súngaro, y que en esos años era el centro de reunión de todos los muchachos de nuestra generación. Digo que tal vez no fue lo más adecuado, porque recuerdo aquella noche – y lo recuerdo como si fuera ayer – cuando jugábamos la “peguita”, y yo en un descuido sin intención ninguna empujé al vacío a Chinto hasta causarle una herida en la rodilla, claro yo aún no sabía quién era él. Al ver sangrar a Chinto, los que también eran parte del juego creyeron que el empujón había sido un acto de venganza por ser yo quien siempre perdía en el juego, al ver que todos me señalaban con el dedo tuve que coger mis sandalias y correr con los pies descalzos en busca de refugio mientras era perseguido por más de 20 muchachitos en busca de venganza por haber herido a su amigo. Y en ese grupo de perseguidores también estaba Chinto, quien a causa de la herida hacía el esfuerzo por correr.
Quién diría que después de ese episodio tejeríamos una amistad que supo romper con las barreras del tiempo y que a veces nos sentábamos a recordar entre risas y carcajadas el episodio de esa noche que le había dejado una pequeña cicatriz en la piel, a la cual el siempre decía: este es la marca de nuestra amistad. Nos volvimos inseparables desde aquella vez que pisé las aulas de la escuela para empezar a cursar el tercer grado de primaria, escuela que la hicimos nuestra, con la cual siempre nos identificábamos, y que conforme nos íbamos conociendo íbamos también convirtiéndonos en los aventureros mataperros de nuestro pueblo, que por ese entonces aún era pequeño, pero no insignificante.
Durante las épocas de escuela, nuestras palomilladas no tenían fronteras y en algunas ocasiones el profesor solía castigarnos manteniéndonos de rodillas con los brazos alzados por un lapso de media hora en una esquina del salón frente a la mirada burlona y perpleja de todos nuestros compañeros, pero ni aún así dejábamos de molestar a las mujercitas del aula. Claro, que a pesar de muestras travesuras no descuidábamos nuestro lado académico. Y yo recuerdo muy bien que Chinto tenía una pésima caligrafía, que muchas veces lleno de vergüenza tuvo que cargar casi toda la primaria un cuaderno de triple raya por obligación del profesor.
Así pasamos nuestra vida escolar en primaria, y conforme nos íbamos acercando a la secundaria, nos íbamos dando cuenta que ya no éramos los mismos de antes, que habíamos crecido un poco más de lo imaginado; pero confieso que ni la etapa de la pubertad y adolescencia hizo que dejemos de ser grandes amigos.
Ya en el colegio tuvimos que juntos que enfrentarnos a nuevos maestros de aula, quienes eran más exigentes. A veces teníamos tal vez la mala suerte de enamorarnos de la misma mujer, y cuando eso sucedía apostábamos por saber quien enamoraba más rápido. Claro a veces él ganaba, a veces yo.
Al culminar el tercer grado de secundaria Chinto tuvo que irse, me lo había advertido en reiteradas oportunidades. Se había ido  a la capital a prepararse mejor allá. Siempre solía decirme que él  un día seguiría la vida militar, en partes lo creía, en partes no. Recuerdo que siempre regresaba a Puerto Súngaro aprovechando incluso las mínimas vacaciones que su colegio en la capital le daba. Y cuando nos encontrábamos nuestro saludo siempre empezaba con un gran abrazo, y luego terminábamos hablando de todo, comparábamos las enseñanzas que recibíamos: yo en el colegio de Puerto Súngaro, y él en el colegio de Lima. Pero al final se dejaba vencer por mis conversaciones y nos dábamos que nos encontrábamos hablando de literatura.
Así fue, así pasaban los años. Y cuando terminé la secundaria, tuve que dejar Puerto Súngaro. Chinto ya había dejado de venir al pueblo. Habíamos perdido el contacto, pero jamás la distancia pudo borrar los recuerdos. Solo a veces oía decir que Chinto había logrado ingresar a la vida militar, me llenó de emoción. Por otro lado yo luchaba por culminar una carrera universitaria.
Nos encontramos hace dos años, nos divertimos como dos adolescentes de esos años, conversamos de todo. Y ahora extrañar se vuelve pesado. Jamás imaginamos que la muerte le estaría esperando en la otra esquina.