miércoles, 18 de febrero de 2015

Los carnavales desde adentro

Por Alejandro Alminco Ayala | @Nobelalmerth
Sin duda, la fiesta del carnaval es una de las festividades de gran relevancia que festejan muchos países del mundo, donde el empoderamiento de colores, tradiciones y costumbres son expuestos según el contexto y la historia de un determinado distrito, de una provincia, región o país. Y Huánuco como distrito, provincia y región, no es ajeno a ello.
Desde que llegué por primera vez a esta ciudad en el año 2008, por cuestiones académicas, soy un paciente observador y en algunas ocasiones fui parte del “corso” durante el desarrollo de esta festividad en la ciudad de Huánuco que se tiene por costumbre de programar diversas actividades desde el 20 de enero al 20 de febrero de cada año.
Durante mis 7 años de estadía en esta ciudad, este año, lo único bueno que puedo rescatar fue la Exposición fotográfica del carnaval de antaño, donde gracias a las antiquísimas ilustraciones pude entender lo que en años remoto era celebrar el carnaval en nuestra ciudad; claro sin desmerecer el trabajo denodado que hicieron el pasado 8 de febrero durante el micro festejo denominado Tradicional Árbol Huanuqueño, una actividad a donde asistieron más adultos que jóvenes, y que se convirtió en una reunión de amigos. ¿Para qué hubiera sido importante la presencia de más jóvenes a este Tradicional Árbol Huanuqueño del pasado 8 de febrero? Para hacerles saber que el carnaval es algo más que bañar con pintura a los transeúntes, para hacerles entender que el carnaval no es sinónimo de Sodoma y Gomorra, no es insultar a los vecinos durante el recorrido de don Calixto.
Los días previos al festejo del carnaval 2015 en nuestra ciudad, se habló hasta por demás de recuperar el auténtico carnaval huanuqueño, y se culpaba tremendamente a las anteriores gestiones de haber convertido a esta festividad en una fiesta de vandalismo, tal vez tengan razón, pero seamos sinceros, fue la misma sociedad quien permitió que con el paso del tiempo el carnaval sea visto como una simple festividad, que fue perdiendo su esencia, y durante mucho tiempo a nadie se le ocurrió la idea de educar a los jóvenes – por cierto, aplastados por las redes sociales y los avances tecnológicos – antes del inicio de los carnavales con exposiciones fotográficas, conferencias magistrales, spots radiales y televisivos, charlas de sensibilización barrio por barrio; y hago hincapié en esta parte: el conversatorio programado para el pasado 11 de febrero denominado “Hablemos del carnaval de mi tierra” ni siquiera se llevó a cabo, al final, el gerente de la Gerencia de Servicios Sociales de la Municipalidad Provincial de Huánuco, a cargo de este evento terminó yéndose a tomar un café con sus amigos, y nadie dijo nada.
Este año, tuve nuevamente la oportunidad de volcarme a las calles tras el recorrido de Don Calixto, lo hice a regañadientes para vivir desde adentro la experiencia del carnaval huanuqueño y así poder opinar de algo que viví en carne propia. La realidad fue desalentadora. Insultos por doquier durante todo el recorrido, jovencitos desadaptados a diestra y siniestra que no tenían el menor respeto por las jovencitas que había en medio de tanto desorden, los vecinos desde las viviendas lanzaban agua sucia y con pintura; un desenfreno total y una completa barbarie que dudo mucho atraiga a turistas que intenten llegar a nuestra ciudad en esta fecha. Mientras tanto, dicen las autoridades y algunos periodistas que este año ha mejorado la celebración del carnaval. Yo no lo creo. Sigue siendo lo mismo desde que llegué a esta ciudad. Dónde cabe la idea de hacer tal afirmación, si durante las intervenciones policiales durante el recorrido de Don Calixto, se ha detenido a jóvenes con armas blancas, machetes, incluso con armas de fuego.
Foto: Cristina Beraún

miércoles, 4 de febrero de 2015

De lo real a lo mágico

Por Alejandro Alminco Ayala | @Nobelalmerth
Después de leer Cien años de soledad, lo primero que pensé fue qué hubiera sido del mundo sin la literatura y qué hubiera sido de América Latina sin Cien años de soledad. ¿Se hubiera acaso inventado otra manera de darle relevancia a la literatura latinoamericana? Con esto no quiero desmerecer las obras literarias que se han escrito antes de Cien años de soledad como son: “Caballo en el Salitral”, de Antonio Di Benedetto; “Operación masacre”, de Rodolfo Walsh; “On Oloop”, de Juan Filloy; “El jardín de los senderos que se bifurcan”, de Borges; “Viaje a la semilla”, de Alejo Carpentier; “El señor presidente”, de Miguel Ángel Asturias; “El túnel”, de Ernesto Sábato; “La muerte de Artemio Cruz”, de Carlos Fuentes; entre otros autores que publicaron antes de la obra cumbre de Gabriel García Márquez; y que ya desde entonces el florecimiento de la literatura de nuestro continente empezaba a tomar relevancia con sus propias voces, que luego fue afirmado con la publicación de Cien años de soledad  en 1967.
La experiencia que viví al leer Cien años de soledad  fue única e incomparable que me macondizó conforme iba sumergiéndome en la magia de esta historia e iba borrando lo real con lo mágico. Ya antes de leer esta obra imaginaba a Gabriel García Márquez hace 48 años atrás, sentado en su escritorio  dando forma y vida a sus cientos de personajes que luego serían protagonistas de esta historia que inicia con la fundación de Macondo en una valle pantanoso por José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán junto a una treintena de personas; y culmina con la desaparición de Macondo y el último Aureliano de la estirpe de los Buendía luego de cien años.
Me quedé adherido con el libro, sin importar sueño o hambre que me pudieran alejar de la lectura, y dentro de ella me imaginaba ver a Remedios, la bella ascender al cielo en cuerpo y alma mientras tendía una sábana en el jardín de la casa; fui invisible junto a José Arcadio Buendía en la habitación de Melquíades; observé la increíble reproducción de los animales de Petra Cotes; fui habitante en la casona de Macondo que acoge a la familia de los Buendía desde el inicio hasta al final de los cien años; caminé por el corredor de la Begonias donde Rebeca y Amaranta purifican sus rencores; visité en su triste laboratorio al coronel Aureliano Buendía, quien vive preso en el círculo vicioso de convertir monedas de oro en pescaditos de oro; y oía tratando de entender las palabras en latín que pronunciaba el patriarca José Arcadio desde el castano al que está amarrado víctima de una lúcida locura.
Pedro Luis Barcia, manifiesta sobre el curso de la historia de Cien años de soledad, que “…la peste del insomnio de la ficción se desborda sobre la realidad y le alcanza al lector, quien ya no podrá dormir hasta tanto no llegue a la página final de esta ficción, por lo que ha caminado en medio de un sueño lúcido”. Un sueño lúcido que tuve la oportunidad de vivir el último día que me senté a leer el libro hasta altas horas de la madrugada sin ganas de conciliar el sueño.

Es así entonces que si queremos seguir comentando sobre Cien años de soledad, ésta página no tendría final, ya que luego de más de cuatro décadas de su publicación aún se siguen realizando estudios sobre esta importante obra. Antes de interrumpir este texto me quedo con esta frase de Gabo; “El mundo habrá acabado de joderse el día en que los hombres viajen en primera clase y la literatura en el vagón de carga”.
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