Por Alejandro Alminco Ayala | @Nobelalmerth
Me aferré al poder de la lectura
como única arma de desquite, como refugio a mis soledades eternas, como
submarino que me lleve a las profundidades del mar a vivir fuera de estas leyes
y normas imperfectas, como un mundo lleno de imaginaciones y abandonar este
espacio de laberintos; me aferré tanto que en mis horas de profunda
concentración siento que solo yo existo y que no soy de este lugar; y a veces
salgo a la calle por un instante tan solo para comprar el diario del día.
Es cierto y no quiero engañarme,
sin ella ya es imposible mi existencia, la prefiero más que a todos mis gustos,
se ha convertido en un hábito que me ha dado muchos beneficios, que me ha
ayudado a sobreponerme en mis días terribles de fracaso, de frustración, de
desaliento, de insomnio; en fin, he vivido y vivo experiencias junto a
personajes con quienes he viajado por lugares inimaginables, con quienes libré
batallas cruentas, con quienes sufrí fracasos, lloré, amé, soñé, con quienes
fui testigo de las injusticias y de lo inhumano que es el hombre; con quienes
anduve ciego como en Ensayo sobre la
ceguera de Saramago, con quienes pasé frío y peripecias en busca de los
asesinos de personas de una comunidad como en Lituma en los andes de Vargas Llosa, con quienes tuve que descifrar
misterios y sumergirme a las profundidades del infierno como en Inferno de Brown, con quienes me sumergí
hacia las profundidades del océano dentro del submarino Nautilus y habitar en ello por más de diez meses junto al capitán Nemo, donde mis instintos se
ejercían libremente cansado de los desengaños terrestres como en Veinte mil leguas de viaje submarino de
Verne. Gracias a la lectura pude viajar por aquellos lares agrestes junto a Don
Quijote y Sacho Panza y ser testigo de sus innumerables aventuras como en El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la
Mancha de Cervantes o estar en medio de la guerra desatada de la humanidad
en contra de la invasión extraterrestre como en La guerra de los mundos de H. G. Wells; y podría seguir mencionando
más vivencias de las cuales fui testigo y actor.
“La estupidez es una arma que
tiene el sistema para hacer que la gente no piense ni se cuestione” dijo en una
entrevista para un medio escrito el lingüista Marco Aurelio Denegri. Ahora
comprendo que estupidez no es solo una, sino tiene sus niveles y el gran
peligro es que es operativa como diría en una ocasión el filósofo Jean Paúl
Sartre. También la estupidez radica en rechazar la lectura y no darle la debida
importancia.
Es así que a veces no necesito
aislarme para gozar de una verdadera lectura; lo hago mientras estoy en la
combi camino a la universidad, mientras camino por las veredas rumbo a mi
pensión, mientras el profesor impuntual se tarda en llegar para dictar clases,
mientras viajo los fines de semana harto de la rutina, mientras decido
desconectarme del ruido político que se convierten en una plaga en esta época
electoral de mi país.
Finalmente llego a entender al
capitán Nemo, quien decidió desconectarse por completo de este mundo terrenal y
se fue a vivir para siempre a las profundidades del mar, luego de construir el
mismo un submarino casi a finales del siglo XIX, rompiendo de esa manera todos
los esquemas de su contexto, adelantándose a su época. A pesar de que el naturalista
Aronnax, quien cayó en manos de su invento por el intento de cazar a un
supuesto monstruo del mar, decidiera persuadirlo regresar a la tierra y
publicar sus estudios y sus memorias, el capitán Nemo fiel a sus decisiones e ideales
rechazó tal proposición.